sábado, 2 de septiembre de 2017

Mi heroico abuelo Fernando Ayora



Cuando recuerdo a mi abuelo, siempre me viene a la mente aquel bravo anciano octogenario, ciego por unas cataratas que su época no pudo curarle, que pasaba los últimos años de su vejez sentado en una silla en casa.  Atrás –decía–  quedaban ya sus años de gloria y esplendor. De rostro arrugado con alguna que otra cicatriz de combate en su fatigado cuerpo, peinaba unos pocos pelos alborotados tan blancos como las perlas, y unas alicaídas y largas patillas fernandinas que en otro tiempo debieron ser negras como el azabache y orgullo patrio.

Cuando nadie me veía, me gustaba entrar en su dormitorio y pasar el tiempo viendo sus viejas insignias militares, ponerme el roído bicornio y tocar aquel enorme sable que presidía el cabecero de su cama. Pero eso no era todo, en uno de los cajones de su cuarto guardaba lo que él siempre llamaba “mis papeles”, un legajo de amarillentos documentos oficiales firmados por el mismísimo Godoy y por los Reyes Carlos III, Carlos IV y Fernando VII con la imponente rúbrica Yo El Rey, ¡Qué impresión me causaba aquello a mi tierna edad!, ¿Cómo podían referirse a mi abuelo los Reyes? ¿Tan importante había sido? Al menos para mí sí lo era en aquel momento.

Como todo anciano, mi abuelo Fernando era un buen cuenta historias y a mí siempre me encantaba escucharlas. Recuerdo que decía que había nacido en Vera el 1 de enero de 1753 y que su familia, los Ayora, eran cristianos viejos, pues, según narraba con mucho orgullo, sus antepasados constaban entre los primeros repobladores de la Vera cristiana tras la Reconquista a finales del siglo XV.

Uniformidad Regimiento Costa de Granada
Pese a pertenecer a una familia con ciertas comodidades, pronto sintió que su vida no estaba hecha para ser hacendado, por lo que sentó plaza como militar de caballería en el Regimiento Costa de Granada bajo el reinado de Carlos III. Se licenció en 1803, tras 25 años de servicio, y con una gratificación de D. Manuel Godoy, todopoderoso Valido de Carlos IV, por el buen desempeño de sus funciones.

Unos años antes, en 1777, había contraído matrimonio en Vera con mi abuela doña Ana Guevara, de cuyo enlace nació mi señora madre, la irreductible y formidable doña Juana Ayora Guevara.

Corrían tiempos difíciles en España tras la invasión napoleónica en 1808 y, cuando llegaron los franceses a Almería en 1810, mi abuelo decidió salir a combatirlos, como ya estaba haciendo en otros puntos del país el heroico pueblo español. Tenía 55 años por aquel entonces, una edad avanzada para la época, pero ello no fue mella para que se enfundará en el cinto su vieja pistola de chispa, su faca, cogiese su sable y se presentase en Vera ante el Intendente de Rentas Reales, D. Manuel de Ibarrola, ofreciéndole sus servicios; éste lo admitió de inmediato, dada su experiencia militar y la falta de personal que tenía en aquellos duros momentos para la Nación. Encuadrado en este Instituto Armado, como Dependiente del Resguardo, luchó contra los franceses, socorrió a sus vecinos y ayudó al avituallamiento del Ejército patriota. También estuvo en contacto con su yerno, mi señor padre, don Cleofás Berruezo de Aro, que al mando de la partida de Carboneras combatía incansablemente a los pérfidos soldados de Napoleón.

Terminada la Guerra en 1814, decidió continuar sirviendo en Rentas hasta que se jubiló en 1830, a la edad de 77 años. En total había servido fiel y lealmente a España 43 años, dos meses y once días, según consta en su expediente profesional. Toda una vida.

Sin lugar a dudas, mi heroico abuelo don Fernando Ayora Mellado fue un español de raza, un hombre valiente comprometido con su país y su gente, que en tiempos de pesar y calamidades para España supo estar siempre a la altura de las circunstancias. Valgan estas humildes y breves líneas como homenaje a tan venerable anciano.

Caballería española cargando en Bailén contra los franceses en 1808. Pintor: Ferrer-Dalmau